Este descubrimiento arqueológico ha brindado información sobre una de las figuras más importantes de la antigua civilización maya


Isabel Nigenda Noticias

En el mundo de la cultura popular, la arqueología a menudo se presenta a través de grandes descubrimientos en templos y pirámides antiguas, rodeados de misterio. Aunque existen diferencias entre lo que se narra en los libros y se muestra en las pantallas, y la aplicación científica de esta disciplina, hallazgos como el de la tumba de K’inich Janaab’ Pakal, en Palenque, Chiapas, no carecen de episodios maravillosos.

Hace 71 años, el 15 de junio de 1952, después de meses de intenso trabajo para remover los escombros que sellaban la entrada al lugar de descanso del antiguo jerarca maya, un equipo de especialistas liderado por el arqueólogo Alberto Ruz L’huillier finalmente liberó la losa triangular que precedía a la cripta y al sarcófago de Pakal «el Grande».

A unos 20 metros de profundidad, debajo del acceso al Templo de las Inscripciones en la zona arqueológica de Palenque, bajo la administración de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), los investigadores ya habían recibido indicios de la importancia de lo que se encontraba frente a ellos: un conjunto de restos humanos recubiertos de cal y cinabrio.

Con el corazón acelerado y la mirada aguzada, el arqueólogo Alberto Ruz se adentró en esa bóveda el 15 de junio de 1952, un lugar que ningún ser humano había explorado desde el 28 de agosto de 683 d.C., cuando el cuerpo del rey Pakal fue colocado de manera fastuosa en su mausoleo.

Comenzó entonces un minucioso registro de la impactante bóveda prehispánica, decorada con nueve relieves estucados que representan a los dioses del inframundo maya acompañando al gobernante en su tránsito por el submundo.

Uno de los elementos que se examinó detenidamente fue el sarcófago de Pakal, un monumento rectangular de 3.80 metros de largo, 2.20 metros de ancho y 25 centímetros de espesor, que presentaba elaborados jeroglíficos en sus caras externas y en sus bordes.

Los textos de esta losa relatan la vida terrenal de Pakal y sus ancestros, así como su renacimiento y ascenso al plano celestial, representado como deidad del maíz emergiendo de las fauces del animal cósmico conocido por los antiguos mayas como «Monstruo de la Tierra».

En condiciones extremas de calor y humedad, el proceso arqueológico finalmente permitió que el 27 de noviembre de 1952 se abriera la losa de Pakal, utilizando gatos de tractocamiones y troncos de árboles estratégicamente ubicados en el sarcófago.

Los restos óseos de Pakal, su máscara mortuoria, su ajuar funerario y otros objetos patrimoniales encontrados en su tumba han sido objeto de innumerables estudios que han permitido profundizar en los modos de vida, la religiosidad, el gobierno, las prácticas funerarias y muchos otros aspectos de la sociedad que habitó en Lakamha’, el antiguo nombre de Palenque.

En el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México y en el Museo de Sitio de Palenque, que lleva el nombre de Alberto Ruz L’huillier, se pueden apreciar recreaciones de la tumba del soberano maya.

Es importante mencionar que en años recientes, la cripta ha sido estudiada y preservada gracias a los recursos proporcionados por el INAH y el Fondo de los Embajadores de los Estados Unidos. Expertos en conservación han instalado un sistema de monitoreo en el lugar, que mide las condiciones de humedad, temperatura y concentración de dióxido de carbono en su microambiente.

Este descubrimiento arqueológico ha brindado valiosa información sobre una de las figuras más importantes de la antigua civilización maya y ha permitido una mejor comprensión de su historia y cultura. La tumba de K’inich Janaab’ Pakal en Palenque sigue siendo un testimonio impresionante de la grandeza y el misterio de esta antigua civilización.


Foto: Cortesía.

Pie de foto: Sarcófago de Pakal, un monumento rectangular de 3.80 metros de largo.