Personaje icónico del barrio de San Gregorio (barrio Francisco I. Madero) de Chiapa de Corzo
Colaboración:
Gilberto Francisco Vázquez Domínguez / Cronista independiente
Fue el segundo hijo del Señor Concepción Gómez Nigenda “Don Chonito” y la Sra. Oralia Flores Zúñiga, nacido el día 12 de abril del año 1962; me refiero a Saúl Gómez Flores.
Personaje icónico del barrio de San Gregorio (barrio Francisco I. Madero) de Chiapa de Corzo, su atuendo siempre fue una camiseta blanca que en temporada de calor enrollaba o arremangaba hasta la altura de su pecho, haciendo parecer que era un sostén o corpiño. Ocasionalmente se ponía playeras de cuello redondo con mangas, de colores firmes, mismas que combinaba con un short largo (comúnmente en color negro o azul marino) puesto por encima del ombligo; rara vez se ponía shorts de colores o de cuadros. Acostumbraba siempre a andar descalzo; sin embargo, pocas veces se ponía chanclas pie de gallo.
Su parada habitual era la esquina de la Avenida Ángel Albino Corzo y Calle Capitán Luis Vidal, a escasos metros de su domicilio. El horario de vigía era característico, ya que permanecía entre una hora u hora y media, aproximadamente a la 1:00 pm y entre 5:00 y 6:00 de la tarde. Su principal objetivo era la de ser fiel cazador de cualquier estudiante de secundaria o preparatoria, pues recreaba su visión con lo más bajos instintos pasionales de toda mujer en el cuerpo de hombre. Su cortejo era muy austero y se basaba desde un pequeño chiflido, algún piropo o el famoso: “¡Adiós, papito chulo!”.
Gustaba mucho de pasear entre los fuertes: Independencia (Iglesia de San Gregorio) y Zaragoza (Ruinas del Templo de San Sebastián); en ellos buscaba siempre la grata compañía de alguien (fuese hombre o mujer) para platicar de diversidad de temas. En ocasiones, allá por la última década del siglo pasado y principios del presente, solía acompañar y conversar con Don Sebastián Santiago Reyes, vecino de San Gregorio, quien diariamente gustaba de sentarse en unas bancas bajo los árboles de benjamina en la cima de las gradas de la calle Capitán Luis Vidal y la esquina de la Avenida Cuauhtémoc (parte alta).
De la misma manera, solía disfrutar la sombra de los árboles de benjamina del mirador de San Gregorio, como fiel vigía visualizaba las playas del rio Grijalva; su mirada se perdía en la inmensidad del río, seguramente su piel se erizaba cuando el viento soplaba sobre su ser.
La Saula sufría de alcoholismo. Su enfermedad, probablemente, era causada por la falta de aceptación de sus familiares por sus preferencias sexuales o su amaneramiento. En muchas ocasiones platicaba que era internado en albergues para cesar su enfermedad, que a su salida pasaba alrededor de seis meses sobrio; sin embargo, dichas terapias jamás le hicieron efecto.
Su enfermedad cada vez fue más crónica, pues cuando estaba alcoholizado, siempre acostumbraba a deambular en diversidad de barrios en la colonial Chiapa de Corzo. En muchas calles no faltaba a quien conociera y, de manera coloquial, les saludaba; siempre lo hacía con la palabra “chula” o “chulo”: “Gracias, mamita chula”; “Adiós, papito chulo”; “Adiós, mi chula”; “Adiós, mi reina, mi chula, que te vaya bien”.
En ocasiones solía pasar a las casas de sus conocidos para pedir dinero para su trago; en otras ocasiones, pedía alimento o agua. Pese a que muchos le hacían bromas por su enfermedad o su preferencia sexual siempre se le identificó por ser respetuoso, noble, tranquilo, humano, pero, sobre todo, por alegría que transmitía a cualquiera.
En estado inconveniente, solía ponerse en la oreja derecha un tulipán rojo, y a quien se encontraba cerca siempre le preguntaba:
Güerito, ¿verdad que me veo muy guapa?
Y no faltaba quien le respondiera:
Sí, Saula, guapísima.
Tomaba su cañita, echaba un trago y continuaba su andar.
Gustaba de la música de marimba; cuando la escuchaba, se ponía a bailar en la calle. En una ocasión, el maestro Jorge Acuña amenizaba una fiesta de cumpleaños. La Saula escuchó el vibrar de las maderas que cantan hasta que logró identificar de dónde venía el sonido. Al ver al maestro Acuña, le dijo:
Tío Jorge, ya pue’, toque’me’sté el sapo, o écheme’ste un zapateado.
Cuando lograba su cometido, se ponía a bailar solo; con su voz aguardentosa y con su tono característico siempre gritaba y echaba “vivas”. Entre ellas, enunciaba:
“¡Que viva La Saula!”
“¡Alegre la marimba, que viva la marimba!”
“¡Ay, Saula, sos arrecha, sos arrecha, Saula!”
“¡Ay, Saula, sos puta, sos puta!”
Su muerte fue repentina. Dejamos de escuchar su voz, sus silbidos, pero, sobre todo, acabó la alegría del barrio San Gregorio: murió su reina. El 08 de agosto del 2017 fue trascendental, ya que en su funeral se reunió una amplia variedad de personalidades del pueblo; el tambor y el pito no cesaron de sonar durante toda la noche. Sus amigas del gremio no se despegaron del féretro. En las carpas, los asistentes narraban episodios de su vida, recordándole siempre con su alegría irrefutable.
Hoy, ya no se encuentra entre nosotros, pero, desde el más allá, seguro estoy que gritará a los cuatro vientos: “¡Que viva La Saula!”.