Isabel Nigenda Noticias

Foto: Isabel Nigenda. Pie de foto: La partera doña Honoria Sánchez López.

La lluvia sólo trae buenas historias. Eso lo descubrí desde los primeros años de vida, cuando mi abuela tapaba con las toallas los espejos de la casa, y se quitaba sus aretes y sus pulseras de oro, para evitar la visita de un rayo. Nos hablaba de la Santísima Trinidad, la traída que tiene en su mano al mundo y cada que tiembla, es porque ha cambiado de mano al globo terráqueo.
Nos hablaba de aquellas mujeres que solían trenzarse el cabello, y tenían el corazón fuerte y carácter, porque el miedo consume la sangre y la vida.
Eran las tardes de lluvia y la luz de la abuela mostrándonos el tiempo, aquel que no es pasado ni futuro, sino el ritmo latente de la música interna que cada uno trae y debe aprender a escuchar. La luz de la abuela guiándonos por la casa, cuando quedaba la noche y su sombra, haciendo del hogar un sin fin de ojos mirones.
-No vean a la lluvia, no hay que espiar a la madre naturaleza-, nos decía cuando abríamos las ventanas de fierro y algo afuera danzaba por los cuatro puntos cardinales.
-Se les va secar los ojos, y luego todo van a ver con tristeza-, afirmaba mientras nos sentaba a todos en la sala a escuchar el canto del agua.
Esa etapa de mi infancia la recordé en San Fernando. Al cruzar la puerta de la casa de doña Honoria Sánchez López, me sentí en casa. La mujer de 82 años de edad se acercó. Preguntó quién iba a dar a luz. Respondimos que nadie. Que sólo llegamos a visitarla. Nos hizo ingresar a su casa. Se sentó en una de las sillas que estaban en la sala y nos contó sobre el nacimiento. Cerca de ella estaban su gata Chiquitina y su perrita Chiquita, estaba embarazada.
Hay quienes nacen con una partera cerca y otras que son madres y parteras, que descubren en su primer alumbramiento el don de la vida.
Doña Honoria, soñó que veía nacimientos, a mujeres pujando y a la Virgen de Guadalupe. A bebés que saludaban al primer minuto de su existencia con un llanto fuerte y profundo, luego escuchaban su nombre, que curiosamente influye en la personalidad que irán construyendo.
Ese día, doña Honoria cocinaba, su familia tenía fiesta. Y terminó sola dando a luz. Como pudo se la ingenió, dice. Por eso, cuando llegó la partera encontró a doña Honoria abrazando a su bebé. Desde ese momento, ella se permitió ser una guía para el nacimiento. La empezaron a buscar para poder recibir a los bebés. Otras más cuentas, sólo llegaban para ver si su don coincidía con la ciencia.