Karla Gómez NOTICIAS

El Museo Virreinal de Acolman (MVA), en el Estado de México, presenta la exposición La cruz y la piedra. Primeros pasos de los agustinos en la Nueva España, una interpretación del complejo proceso que atravesaron las tierras americanas tras la conquista militar y la llegada de los frailes. Esta nueva propuesta curatorial en la Sala Refectorio detalla la influencia de la orden agustina en el Virreinato, a través de 18 piezas clave de su acervo.
La exposición tiene su origen en una muestra de 2017, concebida por Carmen Mendoza Aburto y Ana Bedolla Giles, que exploraba el papel de los conventos agustinos como centros religiosos, educativos y culturales. La actual curaduría, impulsada por la Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), exhibe esculturas, óleos y objetos litúrgicos que ilustran el impacto de la evangelización en los pueblos originarios.
Entre las piezas destacadas se encuentra una escultura policromada de San Agustín de Hipona (siglo XVII), una serie de retratos de frailes agustinos y el óleo El patronazgo de la Virgen. Además, el montaje incluye un altar portátil utilizado para la predicación en comunidades lejanas, un Cristo de caña de maíz y un ajuar eclesiástico. Estas obras permiten comprender cómo los agustinos cimentaron su presencia en la Nueva España a través de la fe, el arte y la arquitectura.
El periodo de 1533 a 1630 fue particularmente desafiante para la población nativa, afectada por guerras, epidemias y la imposición de una nueva estructura social y religiosa. La conversión forzada de los pueblos fue un mecanismo de legitimación del dominio español, donde los frailes adaptaron las instituciones indígenas a la organización virreinal. Para ello, los agustinos construyeron conventos que funcionaron como centros doctrinales y académicos.
El primero de estos conventos fue el de Ocuituco (1533), seguido de Totolapan, Yecapixtla y Zacualpan de Amilpas (Morelos); Mixquic (CDMX); Ocuilan (Estado de México); Tiripetío y Tacámbaro (Michoacán); y Metztitlán, Actopan e Ixmiquilpan (Hidalgo). En 1539, inició la construcción del convento de Acolman, joya del plateresco en América, destacado por su pintura mural y su función como cabecera de doctrina y centro educativo.
En Acolman, los novicios aprendían teología, lenguas indígenas y predicación. El teatro y el arte visual se usaron como herramientas evangelizadoras. En 1587, el prior fray Diego de Soria obtuvo del Papa Sixto V la autorización para celebrar las posadas, iniciando una tradición mexicana.
El convento de Acolman también dependió de ranchos y haciendas para su sustento, hasta que las reformas borbónicas lo despojaron de sus bienes. Hoy, el Museo Virreinal de Acolman ofrece una oportunidad para explorar esta historia en un espacio de gran valor patrimonial.

Foto: Karla Gómez
Pie de foto: Los primeros pasos de los Agustinos en la Nueva España.