Guillermo Hurtado
El pacifismo y la guerra justa
Si uno escucha los discursos de los gobernantes del mundo se quedaría con la idea de todos ellos son grandes pacifistas. Todos alaban a la paz y condenan a la guerra. Sin embargo, cuando se les pide pasar de las palabras a los hechos, las cosas cambian de manera drástica. Lo que de inmediato ellos aclaran es que no están dispuestos a hacer la paz a cualquier costo. En otras palabras, dicen querer la paz, pero lo que quieren, en realidad, es la derrota del enemigo, su rendición incondicional. A eso le llaman la paz.
Es evidente que si lo que todos quieren es la derrota del enemigo, la paz mundial es un fin imposible de alcanzar. Si nadie acepta el armisticio, la guerra seguirá de manera indefinida.
A lo anterior se suma la idea de la llamada “guerra justa”. Quienes defienden que hay guerras justas, opinan que esas guerras deben llevarse a cabo hasta el final. Si la guerra en cuestión es justa, la paz que podría obtenerse por parar esa guerra antes de tiempo tendría que ser, por lógica, una paz injusta. La única paz justa que podría aceptarse, desde este punto de vista, es la paz que se logra con la victoria total del bando que enarbola la bandera del bien frente al bando que supuestamente ondea la bandera del mal. Una guerra justa no debe tener tregua. Eso vale para quienes la van ganando, pero también para quienes la van perdiendo. En una causa justa no hay armisticio que valga. Quienes lo propongan son considerados como traidores o como cómplices del enemigo.
Todo esto viene a cuento —¡una vez más!— por la guerra en Ucrania. Algunos países europeos no quieren que haya paz en Ucrania en las condiciones actuales. Quieren que pierda Rusia. Cualquier otro resultado les parece inaceptable. Esa paz con Rusia, seguramente ellos dirían, sería una paz injusta. Haciendo un peligroso ejercicio de razonamiento anacrónico sostienen que a Rusia hay que tratarla como a Alemania después de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Cualquier otro resultado sería considerado por ellos como una derrota, una traición o, por lo menos, un grave error.
Lo que los gobiernos de aquellas naciones sostienen es que la paz, por sí misma, no tiene valor. Y aquí radica la diferencia fundamental entre la teoría de la guerra justa, que aparentemente ellos adoptan, y la doctrina del pacifismo. Para un pacifista, la paz siempre es mejor que la guerra. No hay diferencia entre guerra justa y guerra injusta y, por lo mismo, no hay diferencia entre paz justa y paz injusta. La guerra siempre es mala y la paz siempre es buena y punto final.
A decir verdad, ha habido muy pocos pacifistas genuinos en la historia de la humanidad. El pacifismo es una doctrina que choca con intuiciones muy arraigadas en el espíritu humano. Una de ellas es la de que nunca debemos aceptar con los brazos cruzados las injusticias, las que se cometen en contra de otros y, sobre todo, las que se comenten en contra de uno. Por eso mismo, la guerra justa es algo que se considera como un deber moral. Quien lucha con las armas en contra de la tiranía, por ejemplo, no sólo actúa de manera moralmente justificada, sino que, incluso, actúa de acuerdo con un mandato moral superior. Por lo mismo, no hay excusas que valgan para no enrolarse en el ejército de la guerra justa
Para un pacifista, en cambio, las injusticias de la vida no se resuelven jamás por medio de la guerra. No puede haber ningún mandamiento moral que nos obligue a ir a la guerra, a cualquiera que sea, no importa que tan justa se considere su causa. Es preferible sufrir una injusticia, por grave que sea, que empuñar un arma para matar e incluso para herir. Esa posición, como ya dije es rarísima. Por lo mismo, los pacificadores no tienen una tarea fácil. Si el único desenlace aceptable de la guerra justa es la derrota del enemigo, suspender las hostilidades antes de la victoria es una traición a la causa moral del conflicto. Y eso es lo que ahora sucede en Gaza, para dar otro ejemplo actual.