Un reflejo de equilibrio y multifacético talento

Karla Gómez NOTICIAS

La escultura Cubo de herrumbre de Fernando González Gortázar, inaugurada en 1980 y ubicada en la entrada del Museo Rufino Tamayo, se erige como un testimonio de la complejidad y equilibrio que caracterizan tanto su obra como su vida. Así lo compartieron en una charla realizada este martes en el mismo museo, durante el ciclo La colección comentada, el escritor y periodista Diego Petersen y su hija, la artista plástica Renata Petersen. Ambos, grandes admiradores del artista tapatío, reflexionaron sobre la pieza y su significado, entrelazando las influencias que marcaron al escultor y su interés por las formas geométricas.

“Cubo de herrumbre es una pieza singular, realizada en hierro, que evoca la imagen de un meteorito que parece haber caído sobre la explanada del museo. La obra, que se sostiene en un solo vértice, genera una sensación de inestabilidad, como si en cualquier momento pudiera caer de lado. Renata Petersen destacó la importancia del equilibrio geométrico, un tema recurrente en el trabajo de González Gortázar, quien fue alumno de dos grandes arquitectos: Mathias Goeritz y Luis Barragán. La influencia de esta formación académica se reflejó claramente en sus obras, que se caracterizan por su precisión y simetría.

Diego Petersen, quien también compartió una amistad cercana con el escultor, destacó la fascinación de González Gortázar por el cubo y otras formas geométricas, que lo acompañaron a lo largo de su carrera. Para él, el cubo simboliza no solo su habilidad técnica, sino también sus múltiples intereses intelectuales: la botánica, el urbanismo, la poesía, y, por supuesto, la arquitectura. “El cubo refleja las diversas caras del artista: su pasión por la geometría, su amor por el equilibrio y su constante inquietud por aprender y experimentar», afirmó Petersen.

La charla también abordó el impacto que González Gortázar tuvo en las generaciones más jóvenes de arquitectos y escultores. En los años cincuenta, los arquitectos europeos influyeron profundamente en la Escuela de Arquitectura de Guadalajara, donde González Gortázar formó parte de una vanguardia que apostaba por el uso del concreto en lugar del acero. Su trabajo rompió con los moldes establecidos, innovando no solo en la arquitectura, sino también en el arte plástico. Obras como La gran puerta (1969) y La Fuente de la hermana agua (1970) son ejemplos de esta experimentación.

Además de su faceta como arquitecto y escultor, González Gortázar fue un intelectual comprometido. Su dedicación a la música vernácula, su participación en la radio y su contribución escrita a diversas publicaciones especializadas, como su columna sobre ecología en La Jornada, reflejan su carácter polifacético. “Era un intelectual en el más amplio sentido de la palabra”, concluyó Diego Petersen, subrayando la meticulosidad de González Gortázar tanto en sus obras como en sus escritos.

La obra Cubo de herrumbre no solo es un reflejo del legado artístico de Fernando González Gortázar, sino también de su pensamiento y su vida equilibrada, que sigue siendo fuente de inspiración para nuevas generaciones de creadores. El equilibrio que tanto amaba, presente en sus geometrías y en su visión del mundo, es hoy un legado perdurable, que sigue resonando en el espacio público, como en la explanada del Museo Rufino Tamayo.

Foto: Karla Gómez

Pie de foto: La charla también abordó el impacto que González Gortázar tuvo en las generaciones más jóvenes de arquitectos y escultores.