Isabel Nigenda 
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Lo que Yoko Ogawa no previo al escribir en 1994 la distopía “La policía de la memoria”, fue que las similitudes de la novela encajaran a la perfección con las vivencias de este cuarto de siglo, en donde la destrucción del planeta, la vigilancia tecnológica y una pandemia global acapara los titulares de algunas noticias.   


Yoko Ogawa, es una escritora japonesa que desde 1988 se ha dedicado a publicar obras de ficción y no ficción. Recibió el prestigioso premio Kaien, con su primera novela La mariposa se descompone. En 2003 recibió el Best Seller con La fórmula preferida del profesor, la cual fue adaptada al cine. 


Según el escritor Kenzaburō Ōe “Yoko Ogawa es capaz de dar expresión a los elementos más sutiles de la psicología humana en una prosa sutil pero penetrante”.


Las novelas de la escritora suelen conducir al lector a una descripción profunda de los protagonistas, quienes en la mayoría de sus escritos resultan ser mujeres cuyas observaciones, sentimientos y razonamientos brindan un reflejo de la sociedad japonesa.   


Tras triunfar en el mundo anglosajón, se publica por primera vez su novela distópica “La policía de la memoria”, la cual es publicada por la editorial Tusquets con traducción de Juan Francisco González. El libro fue publicado en inglés en 2019 y llegó a estar en la final del National Book Award, al año siguiente estuvo en la final del Booker Prize. 


En la novela Yoko Ogawa, recurre a la fantasía y lo onírico para recrear “una isla sin nombre en la que sus habitantes viven a la sombra de un vigilante supremo. Los que olvidan tienen garantizada la libertad, en cambio, los que mantienen sus recuerdos viven con el temor de verse sometidos y violentados, pero, sobre todo, de perder todas las imágenes y situaciones que viven en su mente, les dan arraigo, sentimientos y valor”, de acuerdo a la sinopsis. 


Los interesados en leer el libro, encontrarán el siguiente fragmento: “Por mucho que el mundo cambie, lo que ha sido importante para nosotros ha de seguir siéndolo. ¿No te das cuenta de que la esencia de las cosas no cambia? Si conservas las fotografías, estoy convencido de que seguirán teniendo un efecto positivo en ti. No querría que tu memoria continuará vaciándose progresivamente. –Te equivocas –negué débilmente con la cabeza–. Aunque mire las fotografías, ya no veo nada en ellas. No se me hace ningún nudo en la garganta ni siento ninguna emoción.

En mis manos, no son más que pedazos de papel”.