Esta disciplina va más allá de la mera investigación de culturas remotas y antiguas

Isabel Nigenda Noticias

En una de sus definiciones clásicas, la arqueología se presenta como el estudio de las sociedades humanas a través de sus vestigios materiales, un camino que nos lleva a desentrañar los secretos del pasado y comprender las huellas dejadas por las civilizaciones que nos precedieron. Sin embargo, esta disciplina va más allá de la mera investigación de culturas remotas y antiguas; su alcance se expande para abarcar incluso los confines del espacio exterior.

En el marco del 85 aniversario de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), un conversatorio titulado «Perspectivas antropológicas y sociales del espacio exterior» llevó a cabo una discusión profunda sobre la necesidad de integrar las ciencias sociales en el análisis de la exploración espacial, especialmente en un momento en el que gobiernos, empresas y hasta turistas cuentan con los recursos tecnológicos y financieros para aventurarse más allá de las fronteras terrestres.

La profesora Anne Warren Johnson, proveniente de la Universidad Iberoamericana, destacó durante el evento que, aunque desde la histórica hazaña del cosmonauta Yuri Gagarin en 1961, menos de 600 individuos han tenido la experiencia de viajar al espacio exterior, cada uno de ellos ha dejado una huella significativa en nuestra comprensión del cosmos y nuestro lugar en él.

Así como en la Tierra tenemos problemas visibles como la acumulación de islas de plástico en el Pacífico, en la órbita de nuestro planeta se ha formado un anillo de satélites y otros fragmentos que demandan un análisis exhaustivo. La pregunta de si estos elementos deben ser considerados patrimonio cultural o simplemente basura espacial se convierte en una cuestión relevante y necesaria.

Daniela Ortega Calva, estudiante de arqueología en la ENAH y organizadora del conversatorio, planteó una interesante clasificación de los objetos humanos relacionados con la exploración espacial: aquellos que permanecen en la Tierra, como las plataformas de lanzamiento y centros de control; aquellos que orbitan alrededor del planeta, como los satélites y la Estación Espacial Internacional; y aquellos que han sido abandonados en cuerpos celestes como la Luna y Marte, o que se aventuran por el sistema solar hacia el espacio profundo.

Es importante recordar que esta tecnología espacial tiene una vida útil limitada debido a las características de sus materiales. Cuando un satélite agota su batería o los robots exploradores dejan de transmitir, se convierten en reliquias arqueológicas flotantes en el espacio.

Una cuestión intrigante que se plantea es qué hacer con estos artefactos espaciales una vez que cumplen su ciclo de vida. Algunos de ellos reingresan a la Tierra y pueden ser recuperados para fines de divulgación y estudio. Sin embargo, otros permanecen en el espacio, como testigos silenciosos de nuestra exploración y avances tecnológicos. Ejemplos notables incluyen el Vanguard 1, el satélite estadounidense más antiguo, y el satélite Morelos, financiado por el Gobierno de México y puesto en órbita en 1985.

Un punto de discusión emocionante proviene de la sonda Voyager 2. Aunque en 2023 se encuentra a una asombrosa distancia de 19,900 millones de kilómetros de la Tierra, la pregunta es si los discos de oro que transporta, llenos de datos y sonidos de nuestra especie y nuestro planeta, algún día serán interceptados e interpretados por formas de vida no humanas. Esto, de lograrse, reviviría la utilidad de estos artefactos en una forma inimaginable.

El conversatorio también contó con voces adicionales. Alejandro Viadas Loyo, internacionalista del Centro de Estudios del Orden Global, exploró los diversos proyectos de agendas espaciales en curso en América Latina. Por su parte, Maritza Gómez Revuelta, doctoranda en historia por El Colegio de México, iluminó la influencia de la cultura popular en temas como la amenaza nuclear y la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética, utilizando medios como el cine, la música y cómics como Kalimán en la década de 1960.

Foto: Cortesía.

Pie de foto: «Perspectivas antropológicas y sociales del espacio exterior».