Rafael Solano
La reforma electoral que viene
Ha iniciado ya la discusión sobre la reforma electoral, que será presentada oficialmente en septiembre.
En su documento de 100 pasos para la transformación, de su campaña política presidencial, Claudia Sheinbaum estableció su eje de “fortalecimiento de la democracia”, donde dibuja su reforma electoral.
En el tema de participación, disminuye el umbral de vinculación de las consultas de Morena a 30% de participación, pretende que se incluyan otros temas, entre ellos el fiscal, que obviamente desemboca en lo presupuestal y el de seguridad, e introduce un mayor peso al voto electrónico.
En el segundo punto que se refiere a instituciones electorales, propone la eliminación de 200 diputados y 64 senadores plurinominales. Cabe resaltar que, en los últimos meses, ha venido matizando esta propuesta de tal manera que ha esbozado no quitarlos del todo, y modificarlos por una lista con mejores segundos lugares votados, en un símil a lo que ocurre en la Ciudad de México. Este mecanismo le ha garantizado a Morena y su coalición tener el 48 por ciento de los votos y controlar la mayoría constitucional en el congreso con 67 por ciento de las curules, mientras la oposición con 47 por ciento de los votos, es reducida a 33 por ciento de las curules.
El mecanismo electoral del Gobierno es ceder el “siglado” de los distritos de alta competitividad a sus aliados (aprovechando el esquema de candidatura común en la CDMX), de tal manera que cuando viene la repartición de plurinominales, Morena alega que esos diputados no pertenecen a su grupo parlamentario, de tal manera que le dan la vuelta a la cláusula de la sobrerrepresentación con cuadros morenistas inscritos a través del PT y el PVEM.
Será interesante ver si finalmente se reducirá el numero de distritos, lo que naturalmente generaría una redistritación con territorios más grandes, de tal forma que Morena y sus aliados hoy ganan el 85 por ciento de los distritos con el 54 por ciento de los votos. Con distritos más grandes podrían ganar el 90 o 95 por ciento de los distritos con el mismo porcentaje de votos, en lo que se conoce como una estrategia de gerrymandering, que se refiere a la manipulación del territorio de distritos electorales para beneficiar a un partido.
Lo anterior prácticamente dejaría fuera el sistema mixto existente (que está seriamente desgastado desde que Morena controla el INE) y nos llevaría a una suerte de sistema de mayoría imperfecto. Naturalmente una de las primeras consecuencias sería la búsqueda de alianzas de todos los partidos, lo que podría generar una fuerte regionalización de las oposiciones, al relegar los porcentajes de votación como eje del sistema mixto y convertirnos en un sistema de fortaleza territorial; lo que prácticamente cancelaría a los nuevos partidos que alcancen a obtener su registro en esta oportunidad, e incluso podría ir reduciendo el número de partidos en el sistema mexicano que actualmente son 6. Desde mi perspectiva, el modelo que ha esbozado la Presidenta desembocaría en una estructura más cercana al Número Efectivo de Partidos (medida de Ciencia Política) que hoy son 4 en la Cámara de Diputados. Lo que iría reflejando esa disminución de la pluralidad mexicana.
El otro elemento sustantivo es la reducción del presupuesto ordinario de los partidos; que habrá que observar con lupa, porque no está claro si será un porcentaje mayor en lo local, o de plano desaparecerán los presupuestos locales. Lo que generaría estructuras nacionales y prácticamente la inoperancia de las fuerzas en los territorios locales. Es decir, por una parte, el modelo será más territorial, pero por otra a las oposiciones se les cortará el combustible para desarrollar trabajo partidista, de esta forma serán los gobiernos quienes tendrán la mayor fuerza.
Por último, aunque merecería mayor análisis, el desarmado de los OPLES, lo que provocaría una fuerte centralización y les quitaría un brazo importante de decisión a los gobernadores. El modelo que se propone, está pensando en la centralización y la planeación gubernamental, creo que en este momento en la presidencia, ni siquiera piensan en su relación con la oposición, sino más bien en la relación con sus aliados y en ir satisfaciendo sus demandas para mantener el control.
