El corazón de Corral de Piedra se ha convertido en un caleidoscopio arqueológico

Isabel Nigenda Noticias

Un asombroso hallazgo arqueológico ha emergido de las profundidades de la Barranca Chihuila-Corral de Piedra, durante los trabajos de ampliación de la carretera Puerto del Varal-Corral de Piedra. Este descubrimiento, liderado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) bajo la supervisión de Miguel Pérez Negrete y Laura Lucero Hernández, ha iluminado una página perdida de la historia prehispánica de la región y ha revelado las huellas de una antigua civilización que habitó estas tierras hace siglos.
El corazón de Corral de Piedra se ha convertido en un caleidoscopio arqueológico, desenterrando un muro prehispánico de dimensiones colosales. Este titánico testimonio del pasado se extiende majestuosamente a lo largo de 34 metros, alcanzando una altitud de siete metros. Este monumental hallazgo constituye el primer nivel de una estructura escalonada que yace en el epicentro de Corral de Piedra, escondido durante siglos bajo la superficie que actualmente sostiene la vida moderna.
La historia cobra vida a medida que los arqueólogos descubren los secretos enterrados junto a esta imponente muralla. Los investigadores han desenterrado una serie de tesoros arqueológicos que ofrecen un vistazo íntimo a la vida cotidiana y las costumbres de una antigua civilización. Entre estos tesoros se encuentran fragmentos de huesos humanos y animales que formaron parte de la construcción misma del muro. Además, el descubrimiento de un entierro de un infante, acompañado de un ajuar funerario exquisitamente elaborado, ha añadido un toque de misterio y poesía a la narrativa histórica.
El entierro del joven infante, cuya edad en el momento de su fallecimiento se estima entre tres y cinco años, despierta la imaginación hacia el pasado. Entre los objetos que lo acompañaban en su viaje al más allá se cuentan cuentas de piedra verde, cascabeles de cobre, pendientes de concha y un cajete trípode de tipo Yestla-El Naranjo, un artefacto que se erige como un eslabón crucial en la comprensión de un período cultural que abarca desde el ocaso de la cultura mezcala hasta la llegada de los conquistadores españoles (1000-1521 d.C.) en las tierras guerrerenses.
Este descubrimiento cobra aún mayor significado cuando se enmarca en el contexto histórico de la región. Según los registros, los tepuztecos, una etnia ahora extinta, poblaron esta tierra en tiempos prehispánicos. Los tepuztecos eran reconocidos por sus habilidades en la metalurgia del cobre, lo que les valió el nombre otorgado por los mexicas, en referencia a la aleación de cobre que dominaban. La presencia de escorias de cobre y la cerámica Yestla-El Naranjo, previamente identificada en la zona por el arqueólogo Robert R. Weitlaner en la década de 1940, subrayan el conocimiento temprano de la metalurgia en esta región.
El proyecto arqueológico no solo ha sacado a la luz la magnitud arquitectónica de esta estructura monumental, sino que también ha proporcionado una ventana al pasado. Los investigadores han desenterrado sistemas constructivos basados en grandes bloques de piedra caliza, paredes revestidas de estuco con cal de baja calidad y suelos de estuco con pigmento rojo. La presencia de obsidiana gris y una riqueza de material cerámico del periodo Posclásico, en particular del subperiodo Posclásico Temprano (950-1350 d.C.), añaden matices a la imagen de la vida y cultura de los antiguos habitantes.
Este descubrimiento es una puerta de entrada a la historia de los tepuztecos y su cultura. Ofrece nuevas perspectivas sobre las características sociales y culturales de esta antigua población, al tiempo que proporciona valiosos insights sobre el periodo cultural que vio nacer la cerámica Yestla-Naranjo. Con la preservación en curso de este muro prehispánico y la investigación en constante evolución, se espera que emerja aún más información sobre el misterioso y fascinante pasado de la región, construyendo un puente entre el presente y el legado cultural que se cierne bajo nuestros pies.
En la actualidad, lo que una vez fue un sendero antiguo es ahora una moderna carretera, y el majestuoso muro prehispánico se erige como un testigo tangible de la historia profunda que duerme bajo la superficie. Su mera presencia cautiva la imaginación de aquellos que transitan por esta ruta, insuflando un renovado sentido de conexión con las raíces ancestrales que han dado forma a la tierra que recorremos hoy.

Foto: Cortesía.
Pie de foto: La historia cobra vida a medida que los arqueólogos descubren los secretos enterrados.