Osnaya decidió dejarlo todo para vivir en Chiapas y aprender a tocar la marimba.

Isabel Nigenda
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Como algunos foráneos, Érika Osnaya, procedente de la Ciudad de México decidió quedarse en Chiapas, tal vez hubiera podido rehuir de los artilugios de encanto que provoca el pozol y la marimba, pero no lo hizo. Al contrario, decidió dejarlo todo para vivir en Chiapas y aprender a tocar la marimba.
Entre la acústica que se aglomera entre las fotos, incluyendo la de un hombre que sostiene con la cabeza el peso del único instrumento que se replica en el Museo de la Marimba, Érika Osnaya se presenta como Marimberika, percusionista, marimbista y docente.
Con la voz que se dispone a dar una respuesta a esa pregunta que hurga en los recuerdos, Osnaya, menciona que decidió quedarse en Chiapas por el amor que le profesa a la marimba. Antes, ella solía ser solo una espectadora que llegaba seguido a los concursos de marimba que se hacían en Chiapas, pero en una oportunidad decidió tomar una clase con una maestra japonesa a quien se acercó para preguntarle sí ella podía ser marimbista. Aquella maestra le dio una respuesta corta, sabía y determinante. Hoy en día, Osnaya, recuerda aquella frase dada, que dice: “tienes manos, puedes hacer lo que quieras”.
Desde el momento que Osnaya escuchó aquellas palabras decidió que serían su lema, su guía de ruta, la cual la llevaron a dedicar su voluntad, disciplina y amor en aprender desde la historia, técnicas y los distintos ritmos que proceden de aquel instrumento que ahora enseña a tocar a niños y niñas.
Han sido varias las reflexiones y experiencias que Osnaya ha recreado en torno a la marimba. Entre las reflexiones, ha escuchado una que le ha enseñado a vincularse con el origen natural de aquel instrumento que proviene de un árbol que obedece a la vida, por lo tanto canta, pero el sonido que genera es la suma de la unión del intérprete y la naturaleza. Es así como el marimbista solo utiliza las baquetas como una extensión de su cuerpo para unirse a la marimba y así ser uno, ser árbol, ser vida, ser música y a las vez colectividad.
Entre las primeras canciones que Osnaya escuchó al ritmo de la marimba fue El Sapo, pieza que le costó aprender y cuando logró hacerlo fue feliz, pues desde aquella pieza aprendió a tocar otras y otras que resuenan entre las calles o la cotidianidad melódica de los chiapanecos.
Finalmente, Osnaya comparte un mensaje, el cual dirige a las mujeres y a las nuevas generaciones que enfocan sus sentidos a la música. De manera contundente, dice que es necesario luchar para materializar los sus sueños, no debemos limitarnos, pues estamos vivos, por tanto debemos disfrutar el proceso de aprendizaje, vivirlo, sentirlo y compartirlo.