Fue galardonado en la categoría de madera tallada y mobiliaria del Concurso Nacional Grandes Maestros

Karla Gómez NOTICIAS

José Alberto González Montoya es un hombre que lleva en las manos el pulso de la tradición y en el corazón la vocación convertida en destino. Originario de Chiapa de Corzo, Chiapas, ha dedicado más de cuatro décadas a esculpir la madera y el ámbar. Recientemente, fue galardonado con el primer lugar en la categoría de madera tallada y mobiliaria del Concurso Nacional Grandes Maestros del Patrimonio Artesanal de México. Un reconocimiento que él no ve como un simple trofeo, sino como la consecuencia natural de una vida entera entregada al oficio.
Sus primeras figuras fueron hechas con lodo, durante los recreos de la primaria. Después del pozol, venía el arte. Aquel niño curioso imitaba lo que veía hacer a su tío Domingo Hernández, su primer gran maestro, quien con paciencia le enseñó que en la escultura no hay atajos: solo la práctica constante forma a un artesano verdadero. Desde entonces, José Alberto no ha dejado de aprender ni de crear.
Para él, la madera está viva. “Nunca está muerta, solo se transforma”, dice con una mezcla de sabiduría ancestral y sensibilidad contemporánea. Cada obra suya lleva impregnados los sentimientos del momento en que fue tallada. Rostros que miran de frente, con alegría, con fuerza, con una humanidad que ha hecho que muchos digan que sus piezas “parecen tener vida”.
A la escultura en madera se suma su exploración con el ámbar, material que empezó a trabajar hace más de veinte años gracias a su amiga Elizabeth, quien lo llevó a conocer las minas. Desde entonces, ha desarrollado una técnica cuidadosa y sensible, consciente del valor milenario de esa resina fosilizada que guarda la historia del mundo en su interior.
Sus obras abarcan desde la imaginería religiosa hasta máscaras tradicionales, figuras de animales y esculturas libres. Cada pieza lleva su sello: rostros expresivos, pulcritud en los acabados y una alegría contagiosa. Cree que el verdadero arte tiene que provocar algo en quien lo mira, y para lograrlo, afirma, no basta con la técnica; se necesita sentir, gozar el proceso y trabajar cada día como si fuera el primero.
Orgulloso de sus raíces, José Alberto defiende el valor del artesano frente a una cultura que a menudo regatea el precio de lo hecho a mano. “No se puede poner precio a las horas, al esfuerzo, al corazón que uno le pone”, dice. Y tiene razón: su obra no es un objeto, es un pedazo de vida tallado con amor.
Hoy, a sus más de 40 años de trayectoria, sueña con seguir creando, pero también con consolidar una línea escultórica única, con piezas numeradas y firmadas, que garanticen calidad y autenticidad. Más allá del reconocimiento, lo que verdaderamente lo motiva es saber que su trabajo transmite alegría, comunica lo que el alma calla y da testimonio de una vida dedicada al arte.
En sus palabras, todo valió la pena. Y basta con ver una de sus esculturas para entender que sí: hay vidas que se tallan con paciencia, como la madera; y que, con el tiempo, se transforman en legado.
Foto: Karla Gómez
Pie de foto: Orgulloso de sus raíces, José Alberto defiende el valor del artesano frente a una cultura que a menudo regatea el precio de lo hecho a mano.