Antonio dice que, si no se hubiera dedicado a ser artesano, tal vez sería campesino

Isabel Nigenda
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Antes de la lluvia, sobre una calle expuesta al sol, está la casa de Antonio López Gumeta, un artesano que le da vida a la madera. De su padre, quien fue mago ilusionista heredó la ilusión y la fantasía, el truco de transformar las cosas. Aunque Antonio no use capa, ni varita mágica, y tampoco trabaje en circos como Unión y Atayde, sitios en donde su padre laboró, él ha hecho de Suchiapa la más grande carpa, el municipio en donde se ingresa y se percata que la magia existe.
Al ser el hijo menor, no le tocó esas postales orales de vivencias que su padre compartía con sus primeros hijos. No le tocó ver a ese artista de la ilusión. Sin embargo, Antonio encontró su línea artística, el llamado a la transmutación. Con sólo 10 años escuchó a la madera, a las figuras nacientes y a su corazón. Poco a poco fue conociendo a la madera y este caminando en la palma de sus manos.
Hace unos minutos del domingo, abre la puerta e invita que habitemos su hogar. Coloca cerca de su estante sillas de estilo “Acapulco”. Él también se sienta, alrededor tiene una variedad de máscaras de tigres de la Danza del Calalá, algunas son encargos para restaurar y otras más para vender. Sonríe. Tiene la mirada brillosa, como si en sus pupilas se encontrara una raíz de la eternidad. Esa mirada que encuentra en la madera de cedro y huanacaxtle, una forma distinta de nombrar las cosas.
Mientras degusta un vaso de pozol de cacao, narra cómo fueron sus inicios. Tenía 17 años cuando aprendió a hacer máscaras de parachico. Tres años después trabajaba en el taller de su maestro Mariano Venturino Champo. Luego aprendió a hacer las máscaras de cabeza de tigres y de toro, así como esculturas y tallados.
Fue a los 28 años cuando se independizó y comenzó su propio taller.
—En este arte no se acaba de aprender. Hay que ir innovando. Este trabajo es para siempre, hasta que Dios se acuerde de mí. Es mi vida, mi sustento económico.
Esta última frase lo ha dicho con una acentuación que permite reconocerle la pasión que siente por su oficio, que ya contagió a uno de sus hijos.
—De un trazo de madera surge algo más, ¡es mágico! Me siento contento cuando gano, pero también cuando no gano porque al menos han conocido mi trabajo. Ya no me quedo con las ganas o el saber el impacto que puedo tener. He corrido con la oportunidad que, pese a no ganar algún premio terminan comprando mi pieza.
Antonio dice que, si no se hubiera dedicado a ser artesano, tal vez sería campesino. Hablaría con la tierra, con el sol y con el agua. Aunque también, en este oficio se acompañaría de la creación de la naturaleza.
Tiene más de 25 reconocimientos a nivel estatal y nacional. Ha ganado premios, como en este 2021, cuando obtuvo el tercer lugar del concurso de Máscaras, con la máscara de parachico, la cual le llevó 14 días tallarla.
También hace máscaras de tigre, tallados, resana objetos, crea imágenes religiosas y esculturas. Actualmente, trabaja en la elaboración de una máscara de parachico que medirá 80 centímetros.
—Suchiapa es tierra de artesanos, más allá de ignorados, estamos abandonados. Estamos orgullosos de nuestro quehacer, y es importante que conozcan lo que acá se produce, lo que es nuestra cultura.
Antonio seguirá sin capa y sin varita mágica. Pero siempre dispuesto a mostrar cómo nace la vida desde un trozo de madera, y cómo sus manos permiten mostrar eso que sueña y llama a diversas horas del día.

Foto: Isabel Nigenda